Suzuka, 31 de Octubre de 1999.
Que campeonato tan extraño. Tantas genialidades para calificar en entrenos mejor que nadie, y tantos errores para tirar por los suelos el trabajo los Domingos. Un accidente de Michael en Silverstone y todo parece mas fácil. Pues no. De repente ese endiablado Ferrari F399 parece permitirle incluso, a un segundón como Eddie Irvine poner en duda su campeonato. Encima, Ron no da órdenes de equipo como hacen en Ferrari con Mika Salo y la clasificación se aprieta hasta un final de infarto en Japón. Tanta lucha a brazo partido por un segundo título mundial consecutivo van a quedar resuelta en Suzuka. Otra vez.
Mark Slade, su ingeniero de pista le confirmó durante la vuelta de formación que, desde el box, la telemetria del McLaren indicaba que todo iba bien. Empezó a concentrarse en la salida. De hecho llevaba 3 dias pensando en ella. Le habian dicho que si la clavaba, la estrategia del equipo haría el resto y no perdería la cabeza de carrera. Michael había vuelto en Sepang, mas en forma que nunca, y como escudero de lujo ahora para Eddie, en Suzuka le había desplazado incluso a la segunda posición de la parrilla. Al lado menos limpio, fuera de la trazada habitual en linea de meta.
Había que clavarla y Mika la clavó. Quizás como nadie lo haya hecho jamas desde una primera fila, el dia que se decidía un mundial de F1.
Mika solo esperó a que se apagaran. Concentró todas sus energías vitales en la comunicación ojos-cerebro-pie, y evitó aplastar el pedal innecesariamente cuando cogía velocidad aún por debajo de los 100 km/h. No movió el volante. Fué recto, mientras Michael, sorprendido, trataba de atajar en la estela de una verdadera flecha de plata. Atrás iban quedando todos y solo cuando la doble derecha se acercaba, fué a buscar el exterior para iniciar su trazada.
Cuando salió de la doble derecha, Michael aun estaba buscando el vertice de la segunda de ellas. Cincuenta y tres vueltas y un par de pitstops certeros mas tarde, todo estaba decido.